Solsticio
Por Jesús A. Guerrero Ordáz.
Asociación Larense de Astronomía, ALDA.
Desde hace varios milenios, los pueblos antiguos aprendieron a seguirle los pasos al movimiento aparente del Sol en el horizonte. Tal circunstancia era de vital importancia, ya que estaba ligada a su supervivencia. Cuando el Sol subía en el horizonte hacia el Norte, se incrementaba el calor y sobrevenía las sequías. Cuando el Sol se desplazaba hacia el Sur, los días se hacían cortos en duración y se producían las heladas. Ambos puntos extremos eran vigilados por las personas que disponían de ese conocimiento; a medida que la humanidad se fue agrupando en comunidades de mayor tamaño, ese conocimiento se fue relegando a un número cada vez más pequeño de personas, que se constituyeron en sacerdotes o chamanes.
Fue entonces cuando se identificaron cuatro puntos importantes: los solsticios de verano e invierno y los equinoccios de primavera y otoño. Cada pueblo los llamó a su manera. Nosotros acá los identificamos con los nombres latinizados con que los conocemos en la actualidad: solsticio proviene del latín solstitium y significa “el Sol más lejos” y equinoccio, aequus nox, que significa “noches iguales”.
Para los pueblos de la antigüedad, el cambio permanente del clima y la posición del Sol en el horizonte se correspondía con la eterna lucha entre sus dioses buenos y malos. Cuando la salida del Sol se desplazaba al Sur, los vientos helados provenientes del Norte los azotaban y al comenzar las nevadas, la comida escaseaba, no había siembra; eran tiempos en donde afloraban grandes temores, ya que las noches eran muy largas y todo su ambiente se llenaba de oscuridad.
Los sacerdotes vigilaban el horizonte al amanecer. Mientras el Sol siguiese descendiendo en el horizonte, los vientos helados persistirían y las nieves cubrirían los campos.
Sin embargo, llegaba el instante en el Sol detenía su descenso en el horizonte. Por varios días, seguía saliendo por el mismo punto en el horizonte y posteriormente comenzaba a desplazarse hacia el Norte. Para los pueblos antiguos era motivo de regocijo, ya que tal circunstancia auguraba buenos tiempos. Las heladas cesarían, las nieves se retirarían y los campos florecerían: los dioses buenos habían vuelto a vencer a los malos.
Ahora sabemos que el desplazamiento del punto de salida del Sol en el horizonte es producto de la inclinación del eje de giro de nuestro planeta – 23° 27´ para esta época – y el cambio climático que se experimenta en la superficie se debe a la inclinación con que los haces de luz – y energía – que provienen del Sol, inciden sobre la superficie. Cuando los haces inciden de forma perpendicular, se incrementa el calor, cuando lo hacen de forma más inclinada, la sensación térmica disminuye. Para los habitantes del planeta que se encuentran en altas – o bajas – latitudes, los hacen de luz inciden con un ángulo tan bajo, que no pueden calentar el ambiente y comienzan las heladas.
Posiciones del Sol sobre el horizonte.
Tomado de la página http://www.cientec.or.cr
Sin embargo, nada de esto era conocido por los pueblos antiguos. Para ellos, los drásticos cambios que veían en su clima era el producto de la lucha entre dioses. De ahí, que al percatarse que el Sol comenzaba a “subir” en el horizonte, organizaban fiestas: la luz había vuelto a vencer a las tinieblas. Vendrían tiempos mejores.
Cuando la humanidad comenzó a organizar su forma de contar el tiempo, lo que ahora conocemos como “almanaque” – del árabe almanaj y del latín manachus – el resurgimiento del Sol coincidía con el décimo mes de cada año: december. Los romanos, culpables del desorden inicial en nuestro calendario, no contaban los meses de invierno, los actuales enero y febrero. Cuando se decidieron a hacerlo, el mes 10 pasó a ser el 12, pero no le cambiaron la denominación. Fue así como el mes de diciembre, pasó a ser el mes 12 en nuestro calendario.
Ya antes que los romanos, se sabía que el Sol comenzaba a “renacer” el 21 de ese mes. Ese día, el Sol detenía su descenso. Era el punto en donde alcanzaba la mayor lejanía de la posición en donde su luz y calor estimulaba el florecimiento de la naturaleza: de ahí su nombre, Solsticio.
Evidenciado el renacimiento del Sol, conocido por los romanos como Deus Sol Invictus – el invencible Dios Sol – sobrevenían las fiestas que duraban entre el 22 y 25 de diciembre. Estas fiestas fueron instauradas por los romanos, pero su antigüedad es aún mayor. El dios Sol, llamado por los romanos Mitra, es de origen persa – Mithra – y era el protector de los soldados.
Fiestas de Saturnalia.
Derivaron a una celebración a Mitra, entre el 22 y 25 de diciembre.
Tomado de http://arquehistoria.com
Tan fuerte era la influencia de estas fiestas a Mitra en la sociedad, que a pesar que Constantino I había establecido como religión oficial del imperio a la cristiana, en el año 313 dC, todavía en el 440 dC se celebraban estas fiestas. Fue así como el monje Dionisio, llamado el Exiguo por su tamaño, en el año 525 dC y por mandato del papa Juan I, instituyó el 25 de diciembre como el día del nacimiento de Jesús. Al sobreponer la fiesta de la natividad del señor Jesucristo sobre la del dios Mitra, se garantizaba la desaparición del mito y las fiestas paganas.
En América, el solsticio de invierno – 21 de diciembre para los habitantes del hemisferio Norte – también fue bastante considerado por los conglomerados humanos. Los mayas, la cultura mesoamericana con mejor tradición astronómica, tomaron muy en cuenta esa fecha para el inicio o final de algunos de sus ciclos temporales. Los mayas poseían dos calendarios, uno ceremonial y otro civil. El ceremonial era llamado Tzolkin y tenía una duración de 260 días. El civil se llamaba Haab y tenía 18 meses de 20 días - 360 días en total – más 5 días rituales, lo que daba una gran total de 365 días.
Calendario maya.
Tomado de http://mcd.gob.gt
Dos circunstancias convergen en la fijación de la duración del Tzolkin. La primera, el tiempo de gestación promedio que tiene un niño en el vientre materno. 260 días equivale a 8 meses 20 días, tiempo suficiente para permitir la completa formación de un niño en el vientre de la madre. La segunda es una razón astronómica; 260 días en promedio en lo que dura el planeta Venus en ambas de sus dos visualizaciones, como lucero de la mañana – Phosphorus para los griegos, y como lucero de la tarde, o Hesperus.
Para la fijación de la duración del Haab, los mayas consideraron la duración del año solar. La Tierra dura en dar una vuelta en torno al Sol, 365 días 5 horas 48 minutos y 45,97 segundos. Escrito de forma numérica es: 365,2421988 días. Este año se conoce con el nombre de año trópico. Este resultado se puede aproximar a 365,2422 días. El error cometido al hacer esta aproximación es de apenas 3 centésimas de segundo por día trascurrido.
Nuestro actual calendario, el Gregoriano, decretado por el papa Gregorio XIII en octubre de 1582, tiene una extensión de 365,2425 días, por lo que acumula un error de 42,5 segundos por cada día transcurrido.
En cambio, la duración del año maya era de 365,2420 días. Al revisar y comparar con la duración real del año trópico nos damos cuenta que el error del calendario maya era de 17 segundos por día: ¡Más preciso que el calendario que actualmente usa la humanidad!
Los mayas logran esto debido a que escrutaban el firmamento con especial dedicación. Al buscar conciliar los dos calendarios que usaban, el Tzolkin y el Haab, encontraron que ambos encontraban un inicio común cada 18.980 días o 52 años. Transcurrido estos 52 años, agregaban 13 días ceremoniales. Este período de tiempo, que algunos llaman “giro del calendario” vendría a ser equivalente a nuestro siglo. Los mayas creían que cada 52 años se presentaba un período que atentaba contra su orden y por ende, ritos y sacrificios se incrementaban al final de este ciclo.
Como la base de su sistema de numeración era 20, cada serie de 20 años la denominaron Katún, y la confluencia de 20 katunes, lo llamaron Baktún. Cada Baktún constaba de 144.000 días o 394 años y fracción[1]. Como el cielo maya constaba de 13[2] niveles, los mayas establecieron que cada 13 Baktunes (5.128,76 años) ocurriría un cambio de era.
Este último 13 Baktún culmina el 20 de diciembre del 2012 – en pleno Solsticio – por lo que si la cultura maya estuviese en esplendor, ellos concebirían este instante como una fecha de penalidad. Esa ha sido la razón que ha motivado tanto mensaje cataclísmico. No tiene ningún tipo de asidero científico; Se corresponde con una creencia basada en la cosmogonía de la cultura maya.
De las dos fechas posibles de los solsticios, el 21 de junio y el 21 de diciembre, esta última ha sido la que más ha estimulado la imaginación en los pueblos y culturas antiguas. Lleva inmersa los sentimientos de redención que surgen en los pueblos, ya que es el instante del año en donde la luz comienza a vencer las tinieblas. Todo un marco mágico-mitológico que fecunda las mentes de los seres humanos.
[1] Exactamente 394,52 años.
[2] Así como el 12 era mágico para los babilónicos, el 13 era sagrado para los mayas.