Basura espacial: Desafío del presente, problema del futuro
Por David Oviedo, ALDA. 21 de noviembre de 2021.
Impresión artística de la distribución de basura espacial en órbita. Extraída de: https://www.esa.int/Safety_Security/Space_Debris/ESA_makes_space_debris_software_available_online
En los últimos diez años y tras seis décadas de un continuo desarrollo, la industria espacial ha experimentado un crecimiento vertiginoso y sin precedentes, que ha incidido en un progreso gradual en el desarrollo de pequeños satélites y el aprovechamiento comercial de servicios basados en la tecnología espacial. En la actualidad, se está generando a gran escala, un despliegue de grandes constelaciones de satélites comerciales, apalancados en la tecnología de miniaturización, escalabilidad de los mecanismos satelitales y acceso rápido a la órbita terrestre, que han permitido que actores emergentes protagonicen el escenario de la vanguardia tecnológica en materia aeroespacial.
Desde el inicio de la Era Espacial en 1957, con el lanzamiento del Sputnik, han tenido lugar a lo largo de 64 años, más de 6.000 lanzamientos espaciales, que han originado una diversa población de más de 34.000 objetos rastreables en órbita y han permitido la proliferación de una masa total de más de 9.000 toneladas alrededor de la Tierra. A pesar del increíble avance en el desarrollo de tecnología espacial, se debe resaltar que de la notoria cifra de 34.000 objetos rastreables en órbita, sólo 3.000 objetos son naves espaciales funcionales; el resto es considerado basura espacial, es decir, objetos que ya no cumplen con ningún propósito o utilidad en órbita.
Además, existe evidencia de una población mucho mayor de desechos orbitales que no se puede monitorear o rastrear operativamente con las técnicas actuales. Se ha proyectado mediante modelos estadísticos, que un número estimado de 1 millón de objetos de más de 1 cm y 330 millones de piezas de más entre 1 mm y 1 cm, se encuentran dentro de las órbitas terrestres. Debido a las altísimas velocidades orbitales relativas (de hasta 56.000 km/h), los escombros del tamaño de un centímetro pueden dañar gravemente o inutilizar una nave espacial operativa. Las colisiones con un objeto de más de 10 cm pueden conducir a rupturas catastróficas, liberando nubes de escombros peligrosos de los cuales algunos fragmentos pueden causar más colisiones catastróficas, que conducirían a un entorno de escombros inestable en algunas regiones de la órbita.
Hoy en día, la gran mayoría de los objetos rastreados de forma rutinaria son fragmentos provenientes de rupturas, explosiones, colisiones o eventos anómalos que resultan en la fragmentación de satélites o cuerpos de cohetes, tan solo durante el año 2021, se han anexado unos 2.467 nuevos objetos, lo suficientemente grandes como para ser rastreados, de los cuales 1.493 son satélites nuevos y el resto es consistente con desechos espaciales. Mientras se agregan nuevos objetos, otros son arrastrados a la Tierra por la atmósfera donde se queman de manera segura, lo que resulta en un aumento neto de al menos 1.387 objetos rastreables entre 2020 y 2021.
Uno de los elementos más problemáticos de la basura espacial es que no existen soluciones efectivas en el corto plazo y los expertos deben lidiar con una inmensa cantidad de objetos que tienen estancias orbitales de años o incluso décadas; un ejemplo de ello, proviene de una curiosa e inusual nota en el quehacer astronómico, el 17 de septiembre de 2020 fue descubierto desde el Observatorio Pan-STARRS un objeto cercano a la Tierra (NEO, por sus siglas en inglés) cuya denominación provisional fue 2020 SO, sin embargo una serie de estudios dinámicos concluyeron que posiblemente se trataba de una etapa superior de un cohete, posteriormente estudios espectroscópicos confirmarían que se trataba de una estructura de acero inoxidable, consistente con la hipótesis de un desecho orbital. Finalmente, en investigaciones más extensas el objeto 2020 SO sería identificado como una etapa superior del cohete Centaur de la misión Surveyor 2 (lanzado en 1966), siendo eliminado de forma definitiva de la base de datos del Centro de Planetas Menores.
Ahora bien, con los datos acumulados a través de años de estudio, los desechos espaciales han logrado ser caracterizados y estudiados de forma efectiva, convirtiéndose en una importante preocupación para las agencias espaciales y operadores de satélites en todo el mundo, no solo por el riesgo para misiones tripuladas en el caso de la ISS o la estación espacial Tiangong, sino que también para sistemas de satélites notables (comunicaciones mayoritariamente). A pesar del tratamiento actual de la basura espacial como problema, el abordaje de este tema ha sido realmente lento y progresivo, teniendo como punto de partida los albores de la exploración, conocer su historia permite comprender y contextualizar el grave problema actual.
Basura Espacial y meteoroides, un pasado común.
Durante parte de la primera mitad del siglo XX y mucho antes del desarrollo de los vuelos espaciales, surgieron una gran cantidad de hipótesis alrededor de la naturaleza del entorno espacial e interplanetario, aunque con mucho énfasis en el estudio del ambiente espacial cislunar, entre ellas, la posible existencia de pequeñas partículas de polvo y escombros meteoroidales que eventualmente obstaculizarían los albores de una posible aventura humana al espacio. Astrónomos de la talla de William H. Pickering (1858-1938) y Fred L. Whipple (1906-2004), sostuvieron que la acción sostenida y concentración de pequeños meteoroides podía perjudicar el desarrollo de una posible actividad espacial a largo plazo, para comprobar estas hipótesis y considerar la viabilidad de los vuelos espaciales, el astrónomo norteamericano Clyde Tombaugh (1906-1997) se propuso la tarea de analizar el entorno cislunar y buscar pistas de pequeños escombros y satélites naturales adicionales.
Tombaugh, ampliamente reconocido en el quehacer astronómico desde mediados de 1930, por el descubrimiento de Plutón, dirige en 1953 el programa Near Earth Satellite Search, con el objetivo de realizar una búsqueda exhaustiva y sistemática de objetos en las cercanías de la Tierra. Este programa de investigación, fue financiado por la Oficina de Investigación de la Artillería del Ejército y administrado por el Campo de Pruebas de White Sands, como antesala para el posterior desarrollo de la exploración espacial.
Clyde Tombaugh. Extraído de https://www.astromia.com/biografias/tombaugh.htm
Los resultados provenientes de las exhaustivas observaciones y búsquedas de Tombaugh, apuntaron a que no existía una concentración de objetos como la prevista por los astrónomos Whipple y Pickering, dando luz verde a una eventual exploración humana del espacio. Aunque el estudio de Tombaugh no descarta la posibilidad de eventuales daños provocados por pequeñas partículas, algo que llevó posteriormente a Whipple a patentar un mecanismo conocido como escudo Whipple, con la finalidad de mitigar los riesgos por impacto de micrometeroides.
Años de investigaciones y de exploración espacial, permitieron fijar con certeza la naturaleza, el comportamiento y las posibles consecuencias de la interacción con los meteoroides como parte del entorno espacial, estableciendo que todas las naves espaciales en órbita terrestre están expuestas a un flujo de desechos espaciales y partículas de meteoroides. Para ello, se tomaron en cuenta propuestas como el escudo Whipple, implementado como un blindaje preventivo en un sinfín de misiones espaciales. De esta manera, la acción de los micrometeoroides concentró gran parte del debate científico alrededor de las primeras fases de la exploración espacial, convirtiéndose en un tema central en el diseño de cualquier misión espacial.
Basura Espacial: Un factor latente.
Tras los diversos logros acumulados en los primeros años de la carrera espacial: humanidad en órbita, primeros avances en el desarrollo de misiones humanas a la Luna y primeros pasos en la exploración planetaria; la actividad de la industria espacial creció exponencialmente, ocasionando una paulatina acumulación de desechos en órbita que no representaban un problema de interés para el avance de la exploración espacial. No obstante, la primera oportunidad en donde se trató de forma concreta el tema de los desechos en órbita, no fue producto de los recientes avances de la carrera espacial, sino que tuvo un trasfondo político-militar propio de la Guerra Fría, siendo la manzana de la discordia, el proyecto norteamericano West Ford.
Entre los años 1961 y 1963, expertos del Laboratorio Lincoln, adscrito al Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) diseñaron un proyecto para la creación de una ionosfera artificial con el objetivo único de servir de apoyo a comunicaciones militares; para ello el Proyecto West Ford (conocido inicialmente como, Project Needles) lanzó a órbita una inmensa cantidad de agujas de cobre (planificadas por el orden de 500 millones, aunque fue lanzada una cantidad de prueba muy pequeña) que permitieran la propagación de señales militares. En un principio, los expertos afiliados al proyecto plantearon un envío por fases de estas agujas y establecieron que fueran extremadamente finas, como para permitir que la presión de radiación solar hiciera la tarea de eliminarlas al cabo de unos años.
A pesar de que el despliegue de estas agujas no representó un peligro potencial para las actividades espaciales de la época, se generó un revuelo internacional en función de las nefastas consecuencias que pudo haber tenido un escalamiento de esta tecnología, con una serie de encendidas protestas desde Moscú y movilizando especialmente a la comunidad astronómica británica, liderados por el entonces secretario de la Royal Astronomical Society, Hermann Bondi (1919-2005), quien ejerció una resistencia implacable ante el avance del proyecto. Un análisis en retrospectiva, permite señalar que el despliegue de las agujas de West Ford fue fallido y por lo tanto se convirtió en aquel entonces en el mayor evento de generación de basura espacial.
Las agujas de West Ford en un dedo. Crédito de la imagen: MIT. Extraído de https://danielmarin.naukas.com/2021/02/09/proyecto-west-ford-cuando-la-tierra-estuvo-rodeada-por-millones-de-agujas-de-metal/
A inicios de la década de los 70, el astrofísico Donald J. Kessler empleó una serie de datos provenientes del Comando de Defensa Aeroespacial (NORAD, por sus siglas en inglés) sobre objetos en órbita; para generar un estudio estadístico sobre proyecciones de colisiones, en conjunto con el astrónomo Burton Cour-Palais (1925-2004), la investigación señalaba una comparación entre los procesos evolutivos y colisionales en el cinturón de asteroides con la evolución de la población de objetos en órbita baja, concluyendo que la evolución colisional en órbita baja (LEO, por sus siglas en inglés) podría conducir a un evento de colisiones por efecto dominó, supeditada por los desechos en órbita baja. Este trabajo fue pionero en el campo astronáutico, ya que se centraba en las posibles consecuencias de la basura espacial y establecía que para el año 2000 se podrían empezar a apreciar eventos de colisiones múltiples en LEO; aunque no adquirió mucha importancia hasta una década después.
Con los resonantes ecos de dos décadas de exploración y con el triunfo en la carrera espacial, la NASA establece oficialmente en 1979, un programa para el monitoreo y estudio de desechos orbitales, adscrito inicialmente a la rama de Ciencias Espaciales del Centro Espacial Johnson (JSC, por sus siglas en inglés), como una respuesta institucional a los estudios y predicciones propuestas por Kessler y de una serie de investigaciones que apuntaban a que los impactos de los desechos orbitales tenían el potencial de convertirse en un peligro mayor para las naves espaciales que los entornos clásicos de riesgo por meteoroides.
Logo de la Oficina del Programa de Basura Orbital. Extraído de: https://www.orbitaldebris.jsc.nasa.gov/
Los objetivos iniciales del programa (ODPO, por sus siglas en inglés) estaban concentrados en caracterizar el potencial peligro para las naves espaciales y recomendar posibles normas de mitigación que minimizarían el crecimiento del entorno de desechos orbitales. En sus primeras etapas, el programa de la NASA desarrolló programas educativos especializados y organizó talleres con el fin de compartir información, refinar modelos matemáticos y mejorar la obtención de datos.
Uno de los eventos que marcaría un antes y un después en el estudio de la basura espacial, tuvo lugar el 26 de noviembre de 1986, en donde la segunda etapa del cohete Ariane 1 explotó espontáneamente, durante su estancia en órbita terrestre baja, creando la mayor nube de desechos orbitales hasta esa fecha. Finalmente tras la explosión, los expertos catalogaron un total de 492 piezas de escombros de la fragmentación, aunque en la actualidad sólo quedan 32 en órbita. Este importante evento espacial llevó a la Oficina del Programa de Desechos Orbitales de la NASA a organizar un seguimiento internacional sobre la ruptura de las etapas superiores de los vehículos de lanzamiento, demostrando que las diversas explosiones de cohetes en la etapa superior eran un importante productor de escombros en órbita, con lo cual se terminó agitando el fantasma del efecto Kessler como una posibilidad real.
Tras este notorio suceso, el asunto de la basura espacial pasa a ser un elemento de alta prioridad, para ello la NASA y la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés), inician en 1987 una intensa agenda de reuniones multilaterales, para tratar de establecer mecanismos de investigación y acuerdos primarios sobre el tema de la mitigación de basura espacial. Para 1991, la NASA también había establecido contactos con funcionarios aeroespaciales de la URSS, Japón y China, permitiendo una veloz e informal aceptación de conceptos y procedimientos operativos para minimizar la posibilidad de futuras explosiones en órbita.
Estas reuniones multilaterales confluyeron en 1993, con el establecimiento formal de un mecanismo para la coordinación interinstitucional sobre el estado de la exploración espacial y los desechos generados por esta industria, es así como nace el Comité de Coordinación Inter-agencia de Basura Espacial (IADC, por sus siglas en inglés), bajo el cual cada una de las agencias espaciales más importantes del mundo, reafirmó su acuerdo con una serie de procedimientos operacionales que minimizan la posibilidad de futuras explosiones en órbita.
Países miembros de la IADC. Agencia Espacial Italiana (ASI), Centro Nacional de Estudios del Espacio (CNES, Francia), Administración Nacional del Espacio (CNSA, China), Agencia Espacial Canadiense (CSA-ASC), Centro Aeroespacial Alemán (DLR), Agencia Espacial Europea (ESA), Agencia India de Investigación Espacial (ISRO), Agencia Japonesa de Exploración Aeroespacial (JAXA), Instituto Coreano de Investigación Aeroespacial), NASA, ROSCOSMOS, Agencia Estatal Ucraniana del Espacio (SSAU) y Agencia Espacial del Reino Unido (UK Space). Extraído de: http://unoosa.org/
La entrada en escena de la IADC ha permitido de forma progresiva, mejorar la comprensión del entorno de los desechos espaciales, evaluar los riesgos relacionados, mitigar su crecimiento a través de buenas prácticas de diseño y controlar su estabilidad, sin embargo el problema de fondo de la basura espacial continúa creciendo, requiriendo de una mayor acción y la integración genuina de los principales actores de la industria espacial, bajo una agenda común que genere impactos concretos, en aras de evitar la proliferación de desechos en órbita.
A pesar de los avances acumulados en el terreno de mitigación, estos no han sido suficientes, una prueba de ello es que durante los 23 años de actividad de la ISS, ha tenido alrededor de 30 encuentros cercanos con desechos orbitales que requieren una acción evasiva. Tres de estos acercamientos ocurrieron en el transcurso de 2020. En mayo de este año hubo una colisión: una pequeña pieza de basura espacial hizo un agujero de 5 mm en el brazo robótico de la ISS construido en Canadá. Durante las últimas dos semanas, la ISS ha tenido dos alertas motivadas por basura espacial y el origen de las piezas orbitales que produjeron estas dos advertencias han provenido de eventos de generación de basura espacial producidos de forma consciente y deliberada.
Capacidad antisatélite o la capacidad para generar basura espacial de forma deliberada.
Uno de los principales desafíos que se han expuesto a lo largo de los últimos 15 años, es el desarrollo de pruebas antisatélites y destrucción activa de objetos en órbita, los cuales se han configurado como los eventos de mayor producción de desechos orbitales y con mayor potencial de riesgo en las actividades espaciales. Estas pruebas antisatélite han sido durante mucho tiempo un punto álgido de discusión internacional, generando serias preocupaciones sobre el uso de armas ofensivas en el espacio y las consecuencias de agravar el creciente problema de la basura espacial.
En primera instancia, estas pruebas no son consideradas ilegales, ya que la única fuente jurídica que está asociada es el Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre (establecido en 1967 y apoyado por USA y la URSS) y en el cual se prohíbe explícitamente el uso de armas de destrucción masiva en órbita, pero no prohíbe el uso de armas convencionales, dejando paso libre a estos ensayos de destrucción en órbita y demostración de capacidad antisatélite; los pioneros en el aprovechamiento de esta circunstancia fueron los líderes de la carrera espacial: Estados Unidos y la Unión Soviética, quienes efectuaron pruebas anti-satélites a finales de la década de los 80, quedando así demostrada su capacidad para la generación de desechos orbitales.
Con la entrada del siglo XXI, han sido otras dos naciones que se han sumado al controversial club de la capacidad antisatélite (ASAT, por sus siglas en inglés), China ha efectuado al menos 10 tests ASAT durante los últimos 20 años e India se sumó en 2019 con una demostración de capacidad estratégica; de modo que hasta el momento existen 4 naciones con capacidad antisatélite demostrada (USA, Rusia, China e India). A continuación se presenta un resumen de 4 notables pruebas ASAT y su potencial para la generación de desechos espaciales.
Variable |
China |
USA |
India |
Rusia |
Año |
2007 |
2008 |
2019 |
2021 |
Objetivo |
FY-1C |
USA-193 |
Microsat-R |
Kosmos 1408 |
Masa del objetivo |
750 kg |
2300 kg |
740 kg |
2200 kg |
Tipo de objetivo |
Satélite meteorológico inactivo |
Satélite de reconocimiento militar |
Objetivo ASAT |
Satélite inactivo de reconocimiento |
Altura |
865 km |
250 km |
274 km |
679 km |
Objetos rastreables |
3500 |
174 |
270 |
1500 (aún en estudio) |
Estimaciones de objetos |
150000 |
Sin datos |
6500 |
Miles más (aún en estudio) |
Eventos vinculados y consecuencias |
Pasos cercanos de desechos a la ISS Segundo mayor evento de producción de basura espacial Posiblemente sus piezas inutilizaron al nanosatélite ruso BLITS |
Retraso en el lanzamiento del satélite de reconocimiento USA-200 Reentrada y destrucción de todas las piezas |
Prueba fallida en febrero de 2019
Destrucción de la mayoría de las piezas en la atmósfera |
Dos alertas en la ISS (nov 2021)
El riesgo de colisión en LEO es 5 veces mayor |
En la última semana, tuvo lugar una prueba ASAT contra el satélite inactivo Kosmos 1408, dicha destrucción intencional, se hizo en una zona de la órbita particularmente compleja, ya que se encontraba en una órbita de alta inclinación y a una altitud que lo colocaba en una posición relativamente cercana a muchos otros activos operativos; en particular, se encontraba a menos de 100 km por encima de la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés) y a menos de 100 km por debajo de múltiples constelaciones comerciales, incluida la flota Starlink de SpaceX. De acuerdo a las estimaciones iniciales, las piezas provenientes de la nube de escombros del Kosmos 1408 se dispersaron en dos direcciones, las piezas con perigeo inferior a la posición inicial del Kosmos 1408 irán adquiriendo órbitas que decaerán sobre la atmósfera durante los próximos 5 años, mientras que las piezas dispersadas a perigeos superiores potencialmente decaerán en períodos de décadas. Tras la ruptura del Kosmos 1408, además de agregarse 1.500 piezas rastreables e incrementar en un 5% la población de desechos orbitales, se generaron alertas preventivas para los 7 tripulantes en la ISS.
De esta manera, la historia reciente ha demostrado que los procesos de generación de desechos orbitales que provienen directamente de las actividades de exploración espacial son considerablemente menor en cuanto a impactos potenciales que aquellos despropósitos generados intencionalmente, desde un evento West Ford hasta la destrucción del Kosmos 1408, ha quedado patente que se requieren de regulaciones integrales, que permitan mitigar la proliferación y generación de basura espacial. En total, los 74 test ASAT que han tenido lugar desde 1968, han generado la considerable cifra de más de 6.000 piezas rastreables en órbita; contribuyendo deliberadamente y en plena conciencia con el problema de la basura espacial.
Gráfico comparativo del número de desechos orbitales producidos deliberadamente por acciones ASAT’s. Crédito de la imagen: Producción propia, a partir de los datos de History of ASAT Test in Space de Brian Weeden.
Las pruebas de ASAT se constituyen como un elemento que suma una mayor complejidad en el problema de los desechos espaciales, que se ve agravado comúnmente por las continuas actividades en el espacio. Se puede decir, que ahora existe un salvaje zoológico de basura en órbita: desde las antiguas etapas de cohetes que continúan dando vueltas alrededor de la Tierra décadas después de su lanzamiento, hasta las pequeñas motas de pintura provenientes de vehículos espaciales; siendo este uno de los legados más oscuros de 64 años de actividad espacial.
De una u otra forma, estas demostraciones continuas de las capacidades antisatélite, incluido el apuntar a los objetos espaciales propios, supone a la luz de las evidencias, un gravísimo error y se constituye como una actividad insostenible y sumamente irresponsable, que pone en riesgo el acceso al espacio y en la que ninguna nación responsable debería participar.
Escenario Kessler: colisiones y alternativas activas de mitigación
De acuerdo a lo propuesto por Kessler en la década de los 70, una alta densidad de objetos en la órbita terrestre, tendría como principal consecuencia el aumento de la probabilidad de colisiones entre satélites, desencadenando un nefasto efecto dominó: se crearían montones de escombros, lo que a su vez provocaría más colisiones, que retroalimentarían el proceso, al crear más desechos. El punto focal del planteamiento de Kessler, es que una vez que comience el proceso, será casi imposible detenerlo. No obstante, hasta ahora no se ha llegado a valores límite de concentración de basura espacial como para producir un escenario de este tipo, pero aún no es posible descartar esta situación a mediano o largo plazo.
En los últimos años, se han producido una mayor cantidad de eventos de acercamiento entre objetos en órbita, durante el año 2020, muchos de estos sucesos fueron protagonizados por satélites pertenecientes a la constelación Starlink (SpaceX), que de acuerdo a diversos análisis dinámicos, es responsable de más de la mitad de los encuentros cercanos en órbita; estas cifras incrementan la preocupación alrededor del impacto que puedan llegar a producir el escalamiento de grandes constelaciones de satélites en los próximos años. A pesar de que los satélites Starlink no tienen grandes dimensiones, no están exentos de participar en estos peligrosos eventos y alertas de acercamientos. En el pasado, ya han ocurrido colisiones que han afectado a nanosatélites, como es el caso del nanosatélite ecuatoriano Pegaso, que sobrevivió con severos daños, el paso a través de un campo de escombros, generados por una antigua etapa de cohete de fabricación rusa.
Aunque los puntuales eventos vinculados a nanosatélites no han generado grandes campos de escombros, se debe tener en cuenta que para satélites de mayores dimensiones, el riesgo de generación de desechos es mucho mayor; un claro recordatorio de los potenciales peligros de un escenario Kessler, tuvo lugar en el año 2009, con la colisión entre los satélites Iridium 33 (comercial, activo) y el Kosmos-2251 (militar, inactivo), siendo la primera vez en la que ocurría una colisión a hipervelocidades (del orden de miles de km/h) entre dos satélites, previamente habían ocurrido otros eventos de colisión protagonizados por escombros orbitales y satélites. En las primeras estimaciones vinculadas a la colisión Iridium-Kosmos, se catalogaron aproximadamente más de 2.000 piezas rastreables, resultando en el evento de mayor generación de basura espacial de la historia.
Histograma de producción de escombros en LEO, aparecen señalados los eventos de la colisión Iridium-Kosmos de 2009 y la prueba antisatélite contra el FY-1C (2007), siendo los eventos más grandes de generación de escombros orbitales. Crédito de la imagen: NASA. Extraída de: https://www.unoosa.org/pdf/pres/stsc2011/tech-31.pdf
En vista del panorama Kessler, se ha vuelto indispensable para todas y cada una de las misiones espaciales, bien sea una gran constelación, un satélite de grandes dimensiones o un único CubeSat de 1U, cuantificar el impacto en términos de desechos orbitales y sus alternativas de mitigación, para así allanar el camino hacia la compleja tarea de lograr un entorno espacial sostenible. Como práctica habitual, se ha establecido que los satélites en órbita terrestre retroceden lentamente en espiral y se queman en la atmósfera terrestre, 25 años después de completar sus misiones. El proceso puede ocurrir naturalmente a medida que sus órbitas decaen con el tiempo, aunque alternativamente, estas naves pueden apuntar propulsores al espacio y sumergirse voluntariamente en la atmósfera.
Para hacer frente a un potencial escenario Kessler, han sido introducidas ciertas medidas de mitigación para desechos espaciales, las cuales han sido implementadas adecuadamente por agencias espaciales y los distintos operadores de misiones, reduciendo tímidamente la tasa de crecimiento de la población de desechos espaciales. A través de diversos estudios y ensayos operativos, se ha planteado la necesidad de procedimientos y técnicas para la eliminación activa de grandes objetos intactos en órbita, lo cual constituiría un procedimiento necesario para revertir el aumento de escombros.
En ese sentido, en los últimos años se han realizado demostraciones de validación tecnológica, con la finalidad de evaluar la remoción activa de escombros orbitales, como medidas más agresivas para limpiar la basura que circula en órbita; un ejemplo de estas soluciones alternativas, son los ensayos de investigación realizados por la plataforma experimental RemoveDEBRIS en 2018, el cual fue fabricado por el Centro Espacial Surrey con el objetivo de validar varias tecnologías de remoción activa: un experimento de captura mediante red, una demostración de arpón y objetivo desplegables, navegación basada en análisis de imágenes y el despliegue de una vela para frenado aerodinámico en órbita baja. Como resultado de esta misión, la Agencia Espacial Europea ha tomado la iniciativa de efectuar la primera misión activa de eliminación de escombros, que se lanzará en 2025 para demostrar la capacidad de eliminar escombros de una órbita a 700 km.
Sin embargo, estas prometedoras tecnologías y alternativas de remoción activas son aún insuficientes, aún es necesario hacer mucho más para garantizar que el entorno espacial de la Tierra se utilice de manera sostenible para las generaciones futuras. Ante este panorama, es conveniente recordar que en caso de un escenario de tipo Kessler, lo que está en riesgo no es simplemente la tecnología espacial en órbita, sino que es el futuro mismo de la exploración espacial o parafraseando al teórico ruso Konstantin Tsiolkovski: la principal consecuencia sería que la Humanidad se quedaría confinada para siempre en su cuna; con esta premisa resulta seriamente preocupante el problema de la basura espacial y sus potenciales consecuencias en medio de un contexto que no pueda ser controlable.
Al igual que la gran mayoría de los problemas ambientales de la actualidad, el problema de la basura espacial es un asunto inminente y lamentablemente invisible para la Humanidad; ya que cuando se observa el cielo nocturno, no se aprecian colisiones gigantescas, increíbles explosiones o fragmentos de escombros. Si se tiene suerte y las condiciones de cielo son adecuadas, es posible divisar por las noches pequeños puntos blancos flotando en la oscuridad del cielo, bien sea un satélite o la misma ISS, los cuales son pequeños testimonios que ocultan a simple vista las más increíbles ambiciones colectivas de la Humanidad, en su sueño de conquistar el cosmos. Por ello, si se desea seguir avanzando como especie en la desafiante labor de explorar el Universo, es una tarea impostergable el abordaje decidido de la grave problemática de la basura espacial.
Referencias:
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